miércoles, 23 de septiembre de 2009

Sometimes there's so much beauty in the world







"Era uno de esos días en los que sientes que está a punto de nevar... y hay una cierta electricidad en el aire. Casi la puedes oír. ¿Entiendes? Y esa bolsa está simplemente... bailando... conmigo... como un niño rogándote que juegues con él. Durante quince minutos. Ese fue el día en que me dí cuenta de que... había una vida entera detrás de las cosas... y una fuerza increíblemente benévola... que quería decirme que no hay razón para tener miedo... nunca. Ya sé que el video no captó todo eso. Pero me ayuda a recordar. Necesito recordar. A veces hay tantísima belleza en el mundo que siento que no lo aguanto; y que mi corazón se está derrumbando."
- Ricky Fitts.



"Mi trabajo consiste básicamente en ocultar mi desprecio por los cerdos de dirección, y al menos una vez al día meterme en el lavabo y cascármela, mientras sueño con vivir una vida que no se parezca tanto al infierno."
- Brad Dupree
leyendo la carta de descripción de trabajo de Lester Burnham.

"Siempre oí que tu vida entera pasa en frente de tus ojos un segundo antes de morir. Primero que nada, ese segundo no es para nada un segundo, se estira para siempre, como un océano de tiempo. Para mí, fueron mentiras a mis espaldas en el campamento de Boys Socuts, viendo las estrellas fugaces caer. Y las hojas amarillas de los árboles de arce alineadas en nuestra calle. O las manos de mi abuela, y la forma en que su piel se me parecía al papel. Y la primera vez que vi el nuevo Firebird de mi primo Tony. Y Janie… y Janie. Y Carolyn. Supongo que podría estar cabreado con lo que me pasó, pero cuesta cuando hay tanta belleza en el mundo. A veces siento como si la viera toda a la vez y es demasiado. Mi corazón se llena como un globo que está a punto de estallar... Y entonces recuerdo que tengo que relajarme y no intentar aferrarme a ella, y entonces fluye a través de mí como la lluvia y no puedo dejar de sentir gratitud por cada simple momento de mi estúpida y pequeña vida... No tienes idea de lo que estoy hablando. Pero no te preocupes... algún día la tendrás."
- Lester Burnham.


jueves, 27 de agosto de 2009

Borregos

Somos unos borregos, muy borregos, muy, muy borregos. Tan borregos que diríase que descendimos del mono directamente al borrego sin haber pasado, ni esperarlo, por la especie humana.

Si hay algo que caracteriza a los borregos es su marcha grupal por la vida, conducidos por un pastor que decide por ellos, un ser superior que controla sus vidas y de las cuales pretende un beneficio, sin que ellos sean conscientes.
Bien, pues si algo caracteriza a las personas es su marcha por la vida en grupos, conducidos por dogmas, verdades superiores que controlan sus vidas sin que apenas se las cuestione, decidiendo por ellos y otorgando a terceros un beneficio del que parecen no ser en absoluto conscientes.

Parece, sin embargo, que somos seres conscientes y sociales.
La primera parte implica que busquemos la felicidad y huyamos de lo contrario, ¿la infelicidad? No creo, la infelicidad no es lo contario de la felicidad sino su ausencia. Lo contrario es el miedo, y este sí provoca infelicidad. El quid de la cuestión es que la felicidad no es el estado en sí, sino su propio camino, mientras que la infelicidad sí es el estado, y su camino más claro es el miedo.
La segunda parte nos hace miembros de grupos humanos concéntricos con nosotros mismos como epicentro y diversos conjuntos, más o menos alejados según criterios de relación. Así disponemos de grupos familiares, de amigos, de conocidos e incluso de desconocidos según tengamos en común con ellos más o menos cosas.
En este ámbito es en el que buscamos todo aquello que creemos que nos va a hacer felices y huimos de lo que nos produce miedo.

Existen en este sistema multitud de factores influyentes en nuestro comportamiento borreguil, unos referentes a las relaciones interpersonales, otros a las relaciones entre las personas y su entorno y, aunque en menor medida, podría decirse que al menos existir, existen; relaciones intrapersonales, es decir, de uno consigo mismo.

La primera categoría es la más numerosa, la organización social humana es realmente compleja. A muy grandes rasgos podríamos decir que existe una jerarquización de tipo piramidal, en cuya cima se encuentran aquellos pocos a quienes concedemos el poder, precisamente los muchos que formamos los estratos de la base. Poder de decisión, de capacidad, de influencia…
Así existen representantes que deciden por nosotros, ya sean elegidos o impuestos, personas o grupos de ellas a las que proporcionamos excedentes que les permiten tener acceso a situaciones privilegiadas y/o a las que dejamos que influencien nuestras decisiones por diversos y variados motivos.

Disponemos del privilegio de elegir a nuestros gobernantes, cuestión esta que a lo largo de la historia se encuentra con cuentagotas. Sin embargo no lo hacemos basándonos en datos objetivos sobre sus propuestas o capacidades sino adscribiéndonos a corrientes ya existentes e informaciones claramente manipuladas a favor de una u otra corriente. Aquí, como en otras muchas situaciones la actuación de los medios de comunicación es fundamental, otorgaremos nuestra confianza a unos u otros según su posicionamiento coincida o no con el nuestro y les concederemos el privilegio de dejar que nos influyan. En otros aspectos ni siquiera elegiremos tendencia, adquiriremos lo que se nos diga en los medios que hemos de adquirir, necesitando todo aquello para lo que se pretenda crear una necesidad en beneficio de una supuesta felicidad que nunca llega, por que sencillamente es imposible que ese tipo de cosas nos provean de una felicidad que vaya más allá en el tiempo de lo puramente efímero (al menos una vez conseguido). Nos identificarán el tener con el ser y nos venderán una aceptación que, esta vez sí, conseguiremos en muchos casos sólo con la posesión o la apariencia.

La aceptación es muy importante para nosotros, hacemos casi cualquier cosa para intentar conseguirla, y no sólo se trata de tener esto o lo otro, que también, sino que llega hasta el ámbito de la actuación, haciendo determinados comportamientos aceptables o reprobables según unos criterios que por absurdos que sean, han sido ratificados por la cantidad de veces que hayan sido asumidos a lo largo del tiempo.

Dedicamos una tercera parte de nuestras vidas al descanso y otra al trabajo, a cambio del cual obtenemos lo necesario e innecesario para nuestra existencia. Pasamos más tiempo en él que con nuestros seres queridos, a cambio de muchas cosas que nos satisfacen menos que el cariño de los nuestros, dedicados a tareas cuyo resultado ni siquiera vemos en muchas ocasiones, oprimidos y amenazados por quien ostenta el privilegio de ofrecernos trabajo, preocupado sólo por nuestra aportación a la productividad de su negocio.

El miedo, tan arraigado fisiológicamente en nuestros cuerpos de mono es una herramienta de manipulación aún mejor que la promesa de felicidad.
Básicamente tememos lo que desconocemos, (de ahí que algunas tendencias filosóficas a lo largo de la historia hayan asociado el conocimiento y la felicidad), el rechazo (entre otras cosas a lo diferente por desconocido), la desesperanza, la soledad… y nos aferramos a lo que sea para evitarlo.
Sabemos que moriremos pero no sabemos que es lo que pasa entonces. Este, señoras y señores, es uno de los productos más y mejor vendidos a lo largo de la historia. Se nos proponen historias descabelladas sobre destinos que nos complazcan a cambio de determinados comportamientos, sin más base que la fe, la creencia en algo que puede que dijera alguien en algún momento y que ha sido manipulado, frito y refrito a lo largo de la historia una y otra vez, según el interés del cocinero en cuestión. Si los comportamientos no se producen, el resultado es el castigo, el sufrimiento después de la muerte, para siempre. Aterrador.

Utilizamos el amor como un contrato de intercambio de servicios, a menudo desfavorable para, al menos, alguna de las partes. Hacemos público el pacto más privado posible, ignoramos que pueda ser perecedero y obligamos a la persona a la que amamos a entregarnos la primacía e incluso la exclusividad sobre su tiempo, recursos, cariño y sexualidad. A menudo rompemos el contrato o simplemente nos queda sólo un reducto del pacto inicial limitado únicamente a la puesta en común de recursos y/o servicios. Sea como sea, nos conformamos. La soledad siempre es peor. Cerramos puertas o las escondemos.
Pero aunque rompamos todos los contratos habidos y por haber, seguimos anhelando otro más que no romper, pensando que el problema no está en nosotros, ni en el contrato sino en la idoneidad de otras personas.

Vivimos tan condicionados que nos perdemos la mayoría de cosas de nuestro entorno, ocupados en tener, ser aceptados, queridos, tener esperanzas…. No prestamos atención a los detalles, a la belleza… El arte está fuera de nuestro alcance. Como negocio está reservado a las élites del consumismo y como generador de sensaciones a las élites del conocimiento. La inmensa mayoría se lo pierde, y lo que es peor, no le importa. Se conforma con las obras de los artistas de temporada, arte basura, de usar y tirar, un arte raquítico, a menudo sin sustancia o forma, o sin ninguna de ellas.

Por todo lo anterior, creo suficientemente probado que andamos mucho más cerca del borrego que del hombre, y que así nuestras vidas se conducen por el desfiladero del absurdo hacía el valle del vacío. Mansamente, sin lucha ni apenas consciencia vamos consumiendo nuestro tiempo como borregos hacia el matadero, conformados y sumisos.

Puede que la realidad sea cruda, áspera, descarnada, desagradable, descorazonadora, desesperante, deprimente, oprimente, asfixiante, desconcertante, repetitiva o desquiciante, pero…
Quizás tengamos lo que merecemos! Por borregos!!!

jueves, 16 de abril de 2009

Buenos días

Hoy no es un buen día.
Es un día de preguntas sin respuesta y respuestas sin pregunta.
Un día de no encontrar lo que buscas y encontrar lo que no buscas, de no buscar lo que encuentras y encontrar lo que no buscas.
De no sentir lo que piensas y no pensar lo que sientes, de sentir lo impensado e impensar lo sentido.
De llegar tarde al sitio adecuado y puntual al erróneo.
Un día de tristeza sin melancolía.
De perdedores perdidos y fracasos conseguidos.
Un día, no de quemarte con la sopa sino de que te sepa a taza, no de emborracharte de cerveza sino de que te sepa a cristal.
Día de máscaras con sonrisas sobre caras tristes, de máscaras tristes de sonrisa escondida.
De indiferencia y vacío.
De sol que no calienta y lluvia que no moja, pero te cala hasta los huesos.
De fumar y que te sepa a humo.
De mirar y no ver, de oir sin escuchar nada.
Día de plantas sin flores y flores sin abejas.
Día de estar lleno de vacío.
De puertas cerradas y miradas perdidas.
De beber sin saciarte.
De mirarte y no verte.
De querer y no poder y poder y no querer, y querer haber podído sin haber querido.
Día de deseos no satisfechos y satisfacciones no deseadas.
Es un día de no encontrar a nadie, ni encontrarte en nadie, ni que nadie te encuentre solo entre el gentío.
No, definitivamente hoy no ha sido un buen día.

jueves, 2 de abril de 2009

Tiempo perdido

























Hay una princesa
dentro de un castillo
suspirando por los besos
de un príncipe perdido.

Otea el horizonte
en busca de su amado
y gira y gira la rueca
mareando el desamparo.

Tranquila princesa, espera
que el príncipe ya está en camino,
que está jugando a caballeros
pq cree que es su destino.

Que cuando cruza su lanza
lo hace por ti movido,
que puede que no lo sepa
pero ha ya tiempo rendido.

Hay una princesa
dentro de un castillo
que espera de su caballero
un reino escondido.

Hay una princesa,
un reino escondido,
hay un caballero y
un tiempo perdido.

miércoles, 1 de abril de 2009

Llueve




















Llueve, y el agua se vuelve cortina de riel ceniza. Repiquetea en los cristales, en los charcos, en la gente que se apresura, armada sólo de paraguas y prisas, a llegar a ninguna parte.
Llueve, y la luz plomiza, tamizada, llega perezosa, cubriendo de suaves brillos las gotas que se deslizan sobre las martilleadas hojas de los árboles.
Llueve, y la tierra se empapa empapando de su olor todo el parque. Las viejas maderas de los bancos se hinchan y las sendas se llenan de caprichosos ríos entre la gravilla, entre caprichosos charcos de caprichosas ondas entre sus orillas.
Llueve, y los corazones se encojen, las miradas se inundan de melancolía y las almas se mojan y arrugan.
Llueve, y un viandante perdido recibe la caricia de las frías gotas desprevenido, mientras un niño chapotea furtivamente en un charco escondido, y ambos sonríen.
Llueve, y si miras al cielo ves rasgarse la vida, explotar en mil pedazos y caer en el agua vuelta en cortina de riel ceniza. Que repiquetea en los cristales, en los charcos y en la gente que se apresura, armada sólo de paraguas y prisas, a llegar a ninguna parte.



Inconstante


Soy tan inconstante que ni siquiera lo soy siempre.

lunes, 30 de marzo de 2009

Cobarde


Si no fuera tan cobarde ya hubiera salido corriendo mucho antes.

lunes, 23 de marzo de 2009

Improvisando

Demasiado llevo bebiendo del resto sin sacar una gota de mi propia cosecha, sin vendimia ni pisado ni prensado, sin fermentado ni embotellado de uno solo de mis pensamientos. Así que apremiado por el nivel de mi barrica, me dispongo a sacar un vino joven, afrutado, recio sin tiempo ni apenas plan concebido, todo fruta y flores:

Improvisemos, tensemos las trenzas de acero con corazón de nylon, tensemos las de sólo nylon, tensemos y destensemos sólo los corazones. Bien, parece que suena, es aceptable... Veamos cómo responden nuestros desentrenados dedos, lentos y torpes, entumecidos, incapaces de ejecutar con precisión aún aquello que pensemos. Calentemos, sincronicemos mente y cuerpo, preparemos masa muscular para que automatice. Ya se va calentando, despierta de un largo sueño. Ha llegado su príncipe.

Ahora tonalidad y ritmo, le toca a la mente, también calienta, empieza a formar espectros de melodías, divaga. He de ser capaz de leer su armonía. ¿Qué me pide para poder salir? Necesita el contexto adecuado, sólo siento la unidad, hay que descomponerla y reconstruirla, teletransportarla... sin perder su esencia. De acuerdo, tenemos paisaje, sentimiento, mensaje.... El tiempo se ha ido definiendo sólo ya hay cadencia, tenemos ritmo, pero viene asincopado, necesitamos su mínimo común múltiplo, su esqueleto, su peana...la esencia de su espaciotiempo.

Tenemos pluma, papel y se nos perfila el comienzo de una historia.... es el momento, dejémosla que suene...

Y suena, comienza tímida, reservada, comprueba como va encajando, recoje y desecha ideas, insiste, varía, prueba... y por fin encuentra una y otra vez. Comienza el número circense, cabriolas, el rizado del rizo, los tirabuzones, un mundo, un submundo, un guiño escondido, un sentimiento tierno, un momento de euforia incontralada... funciona...
Simplemente funciona sin tiempo para porqués, ni ninguna intención de parar a buscarlos. El torrente se ha desbocado, fluye, arrastra las formas, su contenido simplemente sale,sensual, hipnótico, desacompasado; para él somos tan expectadores como el resto, y para nosotros es tan propio y tan ajeno como para cualquiera que lo perciba. Tiene entidad propia, ya no es nuestro, es externo, universal, trasciende a nuestro conocimiento, a nuestra experiencia, a nuestra capaciad de sentir, a nuestras expectativas...nos transciende.

Ya es único, hijo de un momento efímero, tan efímero como su padre, puedo embotellarlo pero continuará, siguiendo su camino, cambiando según el momento... mostrándose según su público... vivo.

domingo, 22 de marzo de 2009

A la deriva

A la deriva en un mar de lágrimas olvidadas
en un bote salvavidas navegando por tu amor.

Navegando a casa

A la deriva en un mar de viejos desengaños
en un bote salvavidas navegando por tu amor.
Navegando a casa
Navegando a casa


martes, 10 de febrero de 2009

Ciudades sin catedral.


Hay ciudades tan descabaladas, tan faltas de sustancia histórica, tan traídas y llevadas por gobernantes arbitrarios, tan caprichosamente edificadas en desiertos, tan parcamente pobladas por una continuidad aprehensible de familias, tan lejanas de un mar o de un río, tan ostentosas en el reparto de su menguada pobreza, tan favorecidas por un cielo espléndido que hace olvidar casi todos sus defectos, tan
ingenuamente contentas de sí mismas al modo de las mozas quinceñas, tan globalmente adquiridas para el prestigio de una dinastía, tan dotadas de tesoros -por otra parte- que puedan ser olvidados los no realizados a su tiempo, tan proyectadas sin pasión pero con concupiscencia hacia el futuro, tan desasidas de una auténtica nobleza, tan pobladas de un pueblo achulapado, tan heroicas en ocasiones sin que se sepa a ciencia cierta por qué sino de un modo elemental y físico como el del campesino joven que de un salto cruza el río, tan embriagadas de sí mismas aunque en verdad el licor de que están ahítas no tenga nada de embriagador, tan insospechadamente en otro tiempo prepotentes sobre capitales extranjeras dotadas de dos catedrales y de varias colegiatas mayores y de varios palacios encantados -un palacio encantado al menos para cada siglo-, tan incapaces para hablar su idioma con la recta entonación llana que le dan los pueblos situados hacia el norte a doscientos kilómetros de ella, tan sorprendidas por la llegada de un oro que puede convertirse en piedra pero que tal vez se convierta en carrozas y troncos de caballos con gualdrapas doradas sobre fondo negro, tan carentes de una auténtica judería, tan llenas de hombres serios cuando son importantes y simpáticos cuando no son importantes, tan vueltas de espalda a toda naturaleza -por lo menos hasta que en otro sitio se inventaron el tren eléctrico y la telesilla-, tan agitadas por tribunales eclesiásticos con relajación al brazo secular, tan poco visitadas por individuos auténticos de la raza nórdica, tan abundantes de torpes teólogos y faltas de excelentes místicos, tan llenas de tonadilleras y de autores de comedias de costumbres, de comedias de enredo, de comedias de capa y espada, de comedias de café, de comedias de punto de honor, de comedias de linda tapada, de comedias de bajo coturno, de comedias de salón francés, de comedias del café no de comedia dell’arte, tan abufaradas de autobuses de dos pisos que echan humo cuanto más negro mejor sobre aceras donde va la gente con gabardina los días de sol frío., que no tienen catedral.

Es preciso, ante estas ciudades, suspender el juicio hasta un día, hasta que repentinamente -o quizá poco a poco aunque esto apenas es creíble- tome forma una cosa que adivinamos que está presente y que no vemos, hasta que esa sustancia que se arrastra ahora por el suelo se solidifique, hasta que los que ahora ríen tristemente aprendan a mirar cara a cara a un destino mediocre y dejen vacías las grandes construcciones redondas o elípticas de cemento armado para recogerse en la intimidad estrecha de sus casas.
Hasta que llegue ese día, con el juicio suspendido, nos limitaremos a penetrar en las oscuras tabernas donde asoma sobre las botellas una cabeza de toro disecado con los ojos de vidrio, a pasear hasta muy entrada la madrugada por la calle del Nuncio o de la Bola donde se tropieza con las raíces cortadas de lo que pudo haber sido una ciudad completamente diferente, a contemplar en una plaza grande el rodar ingenuo de los soldados los domingos mientras los pájaros se suicidan uno a uno en el gran vientre vacío del caballo, a seguir los pasos precipitados como si fuera a alguna parte de una mujer pequeña y nerviosa por la noche, a abrazar a los borrachos que dimiten de la realidad, a contemplar la airosa apostura de un guardia cuando pasa una mujer que es más alta que él, a preguntar a un taxista de ojos amarillos de gato de qué modo es posible hacer una estafa en una tienda de paños, a frecuentar una sala de fiestas hasta que el portero gigante de uniforme verde nos conozca y nos deje pasar sin entrada haciéndonos una mueca cariñosa, a gastar la tarde entera en una cafetería sin que la camarera nos sonría una sola vez, a hacer corno que bebemos y beber poco, a hacer como que hablamos y no decir nada, a hacer como que vamos al cine yéndonos al cuarto de la pensión con su colcha roja, a visitar el museo de pinturas con una chica inglesa y comprobar que no sabemos dónde está ninguno de los cuadros que ella conoce excepto las Meninas, a inventar un nuevo estilo literario y a propagarlo durante varias noches en un café hasta quedar completamente confundidos, a iniciar amistades que no nos acompañarán hasta la tumba y amores que no nos durarán hasta la noche, a visitar un baile de estudiantes donde las señoritas entran gratis, a calcular cuántas piedras de mechero vende un enano en una esquina, a descubrir cuántos billetes para el metro vende una mujer con un niño de pecho una mañana de invierno, a adivinar cuál es la ley económica que permite que las cerilleras vendan los pitillos uno a uno y con el producto alimenten suficientemente a sus amantes, a pensar cuál sería la idea loca que echó todos los ciegos a la calle hasta en esos días que la nieve cae endurecida y de noche sólo han salido los que iban al estreno, a intentar imaginar cómo -Dios mío- cómo vivía todo este pueblo en los que ellos mismos dicen -ellos sabrán por qué- que fueron los años del hambre.

De este modo podremos llegar a comprender que un hombre es la imagen de una ciudad y una ciudad las vísceras puestas al revés de un hombre, que un hombre encuentra en su ciudad no sólo su determinación como persona y su razón de ser, sino también los impedimentos múltiples y los obstáculos invencibles que le impiden llegar a ser, que un hombre y una ciudad tienen relaciones que no se explican por las personas a las que el hombre ama, ni por las personas a las que el hombre hace sufrir, ni por las personas a las que el hombre explota ajetreadas a su alrededor introduciéndole pedazos de alimento en la boca, extendiéndole pedazos de tela sobre el cuerpo, depositándole artefactos de cuero en torno de sus pies, deslizándole caricias profesionales por la piel, mezclando ante su vista refinadas bebidas tras la barra luciente de un mostrador. Podremos comprender también que la ciudad piensa con su cerebro de mil cabezas repartidas en mil cuerpos aunque unidas por una misma voluntad de poder merced al cual los vendedores de petardos de grifa, los hampones de las puertas traseras de los conventos, los aprovechadores del puterío generoso, los empresarios de tiovivos sin motor eléctrico, los novilleros que se contratan
solemnemente para las capeas de los pueblos del desierto circundante, los guardacoches, los recogepelotas de los clubs y los infinitos limpiabotas quedan incluidos en una esfera radiante, no lecorbusiera, sino radiante por sí misma, sin necesidad de esfuerzos de orden arquitectónico, radiante por el fulgor del sol y por el resplandor del orden tan graciosa y armónicamente mantenido que el número de delincuentes comunes desciende continuamente en su porcento anual según las más fidedignas estadísticas, que el hombre nunca está perdido porque para eso está la ciudad (para que el hombre no esté nunca perdido), que el hombre puede sufrir o morir pero no perderse en esta ciudad, cada uno de cuyos rincones es un recogeperdidos perfeccionado, donde el hombre no puede perderse aunque lo quiera porque mil, diez mil, cien mil pares de ojos lo clasifican y disponen, lo reconocen y abrazan, lo identifican y salvan, le permiten encontrarse cuando más perdido se creía en su lugar natural: en la cárcel, en el orfelinato, en la comisaría, en el manicomio, en el quirófano de urgencia, que el hombre –aquí- ya no es de pueblo, que ya no pareces de pueblo, hombre, que cualquiera diría que eres de pueblo y que más valía que nunca hubieras venido del pueblo porque eres como de pueblo, hombre.

La vida puede ser dura pero, a veces, la gente del pueblo qué carnes tan apretaditas tienen y qué bien saben andar o hacer gestos o reír disparatadamente cuando nada provoca a la risa o estremecerse como de voluptuosidad, cuando lo único que ocurre es que hace sol y que el aire está limpio. Esa engañosa belleza de la juventud que parece tapar la existencia de verdaderos problemas, esa gracia de la niñez, esa turgencia de los diecinueve años, esa posibilidad de que los ojos brillen cuando aún se soportan desde sólo tres o cuatro lustros la miseria y la escasez y el esfuerzo, confunden muchas veces y hacen parecer que no está tan mal todo lo que verdaderamente está muy mal. Hay una belleza hecha de gracia más que de hermosura, hecha de agilidad y de movimiento rápido, en la que puede parecer que es sólo vivacidad lo que ya empieza a ser rapacidad yen la que la fijeza hipnótica de la mirada puede equivocadamente suponerse más debida al brío del deseo que a la escasez de la satisfacción.

Luis Martín Santos, Tiempo de Silencio.

domingo, 11 de enero de 2009

El Palacio de la Memoria


“El doctor Lecter es capaz de aislarse de la situación. Es capaz de hacer que todo desaparezca. Los pitidos de la consola, los ronquidos y las ventosidades no son nada comparados con el griterío infernal que soportó en el corredor de los violentos. La butaca no es más estrecha que los asientos de fuerza. Como tantas veces en su celda, cierra los ojos y busca la tranquilidad en su palacio de la memoria, un lugar irreprochablemente hermoso en su mayor parte.

Por una vez, el cilindro de metal que aúlla contra el viento en dirección este contiene un palacio con mil estancias.

Así como en cierta ocasión visitamos al doctor Lector en el Palazzo Capponi, le acompañaremos ahora al interior del palacio de su mente…

El vestíbulo es la Capilla Normanda de Palermo, severa, hermosa y eterna, contiene un solo recordatorio de la mortalidad, representada por la calavera grabada en el suelo. A menos que haya acudido al palacio para retirar información a toda prisa, el doctor Lecter suele hacer una pausa, como en esta ocasión, para admirar la capilla. Más allá, remota y compleja, luminosa y sombría, se extiende la vasta estructura construida por el doctor.

El palacio de la memoria era un sistema mnemotécnico bien conocido por los sabios del mundo antiguo, que a lo largo de la Alta Edad Media preservaron en sus mentes un enorme acopio de información mientras los bárbaros se dedicaban a quemar libros. Como los eruditos que lo precedieron, el doctor Lecter almacena un asombroso cúmulo de datos asociados a objetos de estas mil estancias; pero, a diferencia de los antiguos, su palacio cumple una segunda función: a temporadas le sirve de residencia. Ha pasado años rodeado por sus exquisitas colecciones de arte, mientras su cuerpo yacía inmovilizado en el corredor de los violentos, donde los alaridos hacían vibrar los barrotes como si fueran el arpa del infierno.

El palacio de Hannibal Lecter es inmenso, incluso juzgado según el patrón medieval. Traducido al mundo tangible rivalizaría con el Palacio Topkapi de Estambul en tamaño y complejidad.

Alcanzamos al doctor cuando las ágiles babuchas de su mente lo están trasladando del vestíbulo al Gran Salón de las Estaciones. El palacio ha sido construido siguiendo las reglas establecidas por Simónides de Ceos y expuestas por Cicerón cuatrocientos años más tarde; es airoso, alto de techos, y está decorado con objetos y cuadros extraordinarios y sorprendentes, a veces extravagantes y absurdos, a menudo hermosos. […]

Pero hay lugares dentro de sí mismo a los que no puede entrar sin sentirse amenazado, sitios en los que las reglas de Cicerón sobre lógica, ordenación espacial y luz no pueden aplicarse.”

Thomas Harris, Hannibal


viernes, 9 de enero de 2009

Nosotros, los aeronautas del espíritu.

Todos esos pájaros intrépidos que vuelan rumbo a lo lejano, a lo más lejano, ¡en alguna parte, ciertamente, los abandonarán sus fuerzas y se
posarán en lo alto de un mástil o en una estéril roca, y aún estarán muy agradecidos por tan pobre alojamiento! Pero ¡quién va a inferir de
esto que delante de ellos ya no hay inmensos ámbitos libres que han volado tan lejos como es posible volar! Todos nuestros grandes maestros
y precursores se han detenido al fin en algún punto, y no es precisamente la postura más noble y elegante la de la fatiga que se detiene; nos pasará igual también a mí y a ti. Mas ¡qué nos importa! ¡Otros pájaros volarán más lejos! Esta compresión y creencia nuestra vuela, rivaliza con ellos hacia lo lejos y lo alto; se eleva verticalmente sobre nuestra cabeza y su impotencia y desde las alturas otea las lejanías vislumbrando las andadas de otros pájaros mucho más poderosos que nosotros que enfilarán hacia donde nosotros hemos enfilado y donde todo es todavía mar, mar ¡nada mas que mar!

¿Y adónde nos encaminamos? ¿Es que queremos cruzar el mar? ¿Adónde nos arrastra este poderoso afán que anteponemos a cualquier goce? ¿Por qué precisamente en esta dirección hacia allí donde hasta ahora se han puesto todos los soles de la humanidad? ¿Se dirá acaso algún día que también nosotros, tomando rumbo al oeste esperábamos llegar a una India, pero que nos tocó naufragar en lo infinito?; ¿O no, hermanos míos? ¿O no?


Friedrich Nietzsche

Lo que queda

Pasan las modas y quedan las obras.